Se viven años diferentes e inciertos y entrar en una multinacional continúa siendo difícil. “Es un proceso complejo que requiere preparación y esfuerzo para afrontarlo con garantías de éxito”, cuenta Amber Wigmore, directora ejecutiva de carreras profesionales del Instituto de Empresa (IE). Porque estas grandes organizaciones son terrenos que también producen niebla. “Trabajar en ellas supone asumir siempre una gran presión y una orientación guiada por los resultados, sea cual sea el perfil del puesto”, avisa Salvador Sicart, director del headhunter Hays Response España.
Bendita presión, pensarán algunos, cuando el salario para un recién graduado puede superar los 30.000 euros brutos al año en consultoría estratégica o los 77.000 euros –precisan en el IE– si ha cursado un MBA (normalmente con experiencia laboral).
Cambio de tercio
Martinho Soto.
Aunque no fue el dinero lo que llevó a Martinho Soto, de 40 años, biólogo, casado con una periodista y padre de dos niños, a la farmacéutica Lilly. Fue un cambio. El que discurre del microscopio y la investigación al marketing. Ese que va del posdoctorado en el Instituto Max Planck de Bioquímica en Múnich (Alemania) a unas oficinas tejidas de cristal en Alcobendas (Madrid). Del microscopio a ser jefe de producto en el área de diabetes. Un cambio profundo que evidencia que las multinacionales quieren flexibilidad y que, desde luego, entrar en estas corporaciones es un corredor angosto. “En tres meses pasé siete entrevistas”, apunta Soto. Pero por teléfono se le escucha contento. Llegó a la compañía a través de la bolsa de trabajo del MBA que cursaba en el Instituto de Empresa y sabe del valor que el mercado da a esa formación de élite.
Sin embargo, en esos pupitres del privilegio se sientan muy pocos. Por eso hay que encontrar el modo de ser diferente a través de virtudes ajenas al dinero. “Las multinacionales buscan personas que aporten valor y que ofrezcan soluciones; gente con iniciativa”, comenta José Luis Casado, director de desarrollo profesional de ESIC.
Bruno Lorences.
Para cumplir esas premisas no son imprescindibles las aulas de las grandes escuelas de negocio. Bruno Lorences, de 25 años, es asturiano e ingeniero civil. Sin más títulos. Pero con infinitas ganas de beberse la vida como un refresco. Desde el pasado 1 de julio es analista de negocio y planificación en Coca-Cola. Hasta allí llegó (después de pasar un año manejando fondos de inversión en el banco BNP Paribas) gracias a una oferta en LinkedIn. Su mesa de trabajo, su ordenador y sus papeles son los números. “Ahí me siento cómodo”, asegura Lorences. Con ellos trata de averiguar las tendencias del mercado y los hábitos de consumo de la bebida más popular del planeta.
El saber pierde lugar
Porque el conocimiento es un requisito obligatorio. De hecho, uno de los grandes errores que cometen los chicos cuando buscan trabajo –sostiene Luis Díaz, director de la Escuela de Postgrado de CUNEF– “es desconocer la compañía en la que quieren entrar”. Ignorar los servicios que ofrece, dónde está implantada o no estar al corriente de sus últimas noticias transmiten que ni interesa la compañía ni –lo que es aún peor– la realidad. Y, desde luego, tampoco ayuda preguntar por el salario o las vacaciones en los primeros momentos del proceso de selección. Ni cerrarse a la movilidad laboral. O sea, volver la espalda a las exigencias de un mercado de trabajo demasiadas veces injusto.
“En las entrevistas de selección adquiere un nuevo protagonismo la capacidad del candidato para actuar en entornos de incertidumbre, de cambio de regulación, de tecnología, de modelo de empresa, de personas, de jerarquías y de alianzas. Tiene que estar cómodo con lo incómodo”, describe Eduardo Sicilia.
Encontrar empleo en esa paradoja revela que entrar en una multinacional es completar un puzle. Piezas que hoy, sin duda, transportan a las finanzas. En ellas, la voz de Beatriz González, responsable de selección de Deutsche Bank, habla de la búsqueda de “perfiles versátiles (con gran capacidad de adaptación a entornos diferentes y en constante cambio) que a la vez sean capaces de aportar valor y nuevas ideas”. Quizá esta experta esté contando con palabras distintas, algo cercano a lo que relata Mireia Vidal, directora de recursos humanos de L’Oréal España: “Antes que el currículo, la diferencia la marcan las personas”. Y también términos como creatividad e inconformismo.
Lola Beato.
En las instalaciones madrileñas de Adecco, una multinacional suiza especializada en la búsqueda de trabajo, Lola Beato, de 30 años, reivindica el valor de rebelarse y de cambiar. Empezó trabajando (en diferentes compañías) en el área de recursos humanos, después pasó a investigación de mercado y hoy es la responsable de experiencia de una empresa que gestiona el futuro de miles de personas que buscan empleo.
“Lo que me gusta mucho de mi puesto es que influyes en la vida de la gente porque les ayudas a encontrar trabajo”, observa Beato, licenciada en Psicología (Universidad Autónoma de Madrid) y con un máster en Comportamiento del Consumidor por el IE. Formación a través de la cual tamiza la vida. Lola atisbó ese cambio a partir de un anuncio en LinkedIn y tras cuatro semanas de pruebas (entrevistas, examen de competencia y presentación de un caso práctico) entraba en Adecco para firmar su primer contrato indefinido.
Las vivencias de Lola, Marina, Bruno y Martinho son, en parte, las de la generación millennial. El futuro es de los jóvenes, y el empleo, también.
Enchufe y motivación
La consultora Deloitte ha contratado este año a 800 profesionales. De los que el 90% son universitarios. Sobre todo, provienen de las enseñanzas de administración de empresas (60%) y de ciencias e ingeniería (30%). Aunque en la organización hay incluso un mago. Porque los trucos para entrar continúan siendo los de siempre. Cada vez funciona mejor conocer a alguien dentro de la organización. “Buscamos gente motivada por lo que hacemos y con cierta ambición personal y profesional”, sintetiza Luis López, director de recursos humanos de la firma. A las puertas espera un sueldo de entre 23.000 y 30.000 euros brutos anuales.
En esa alborada del cambio, los millennials transforman las organizaciones. Antes de 2020, más del 40% de la fuerza de trabajo de la firma de servicios KPMG pertenecerá a esta generación. “Por eso estamos variando la manera en la que hacemos la selección”, admite Esther Fernández, senior manager de recursos humanos de la compañía. “No los evaluamos de manera aislada con respecto a lo que saben, sino de manera grupal con respecto a lo que son capaces de aportar”. No persiguen conocimientos técnicos o carreras concretas, sino capacidades, inquietudes, competencias; actitud frente al desafío de vivir. Enormes cambios para un país donde el trabajo sigue oliendo a almizcle.
Este artículo fue publicado en El País.