Llegó la hora de los ‘sisis’, jóvenes que estudian y trabajan a la vez

Llegó la hora de los ‘sisis’, jóvenes que estudian y trabajan a la vez

Se les reconoce por las ojeras. Porque siempre llevan prisa, porque van corriendo de aquí para allá. Porque, por las noches, regresan a casa arrastrando los pies. Por los bostezos que tratan de evitar pero que, irremediablemente, se les escapan de la boca cada dos por tres. Porque tienen aspecto de estar perpetuamente cansados. Porque parecen al borde de la extenuación.

Es el precio que se ven obligados a pagar los sisís, los jóvenes de entre 16 y 29 años que estudian y, al mismo tiempo, trabajan. Son el reverso de los famosos ninis, la otra cara del espejo. Y cada vez son más numerosos. Aunque en España el ejército de los ninis duplica al de los sisis, el número de jóvenes que trabaja y al mismo tiempo estudia no deja de aumentar.

Lo demuestra la última Encuesta de Población Activa (EPA). En el tercer trimestre de 2016, en España había un total de 1.420.800 chavales que ni fu ni fa, que ni trabajaban ni estudiaban. Aunque eso significa que dos de cada 10 jóvenes son ninis, su número ha descendido en un rotundo 27% respecto a los que se contabilizaban en ese mismo periodo allá por 2009. Y los sisís crecen. En el septiembre pasado ya sumaban 568.200 jóvenes, 12.900 más que en ese mismo periodo el año anterior, y ya representan al 8% de la juventud.

Ahí está Dayana. Tiene 21 años y vive en Villalba, un municipio a las afueras de Madrid. Lo suyo se llama Gestión de Ventas y Espacios Comerciales, ése es el título de Formación Profesional de grado superior que estudia por las mañanas. Por las tardes, trabaja en una academia de idiomas dando clases de inglés. Resultado: su vida es un sinvivir.

Sólo hay que echar un vistazo a su apretadísimo horario de cada día para entenderlo. Dayana se levanta a las 06.45 horas de la mañana. Se ducha, prepara el desayuno y a las 08.00 sale de casa. Acude caminando hasta el centro donde estudia FP, porque como no tiene tiempo de hacer deporte así, al menos, se mueve un poco. Asiste a clase desde las 08.30 a las 14.30 horas. A esa hora corre como una flecha de vuelta a su casa y come algo fácil y rápido, con frecuencia unas galletas de chocolate con leche. Porque a las 15.30 tiene que estar en la academia Eagle Road dando clases de inglés.

Allí trabaja dando clase hasta las 21.00 horas y tiene alrededor de 20 alumnos. Regresa a casa, cena, hace los deberes que le hayan mandado en clase y estudia. Se acuesta de madrugada, nunca antes de las 00.30 o la 1.00. “Y si tengo examen al día siguiente no me voy a la cama hasta las 04.00, me siento más segura si sé que he estado machacando la lección hasta el último momento”, cuenta.

Los fines de semana está tan cansada que, si por ella fuera, se lo pasaría tirada en el sofá delante de la tele, sin hacer absolutamente nada. “Pero la mayoría de los viernes me obligo a salir. Voy con un grupo de amigos, cenamos algo por ahí y luego a bailar a alguna discoteca”.

Nuestra heroína gana 500 euros al mes dando clases de inglés, horas extras aparte. Contribuye con parte de su sueldo en casa (vive con su madre y su padrastro) y ahorra unos 200 euros al mes para poder pagarse el año que viene la matrícula de la universidad.

Porque esa es otra: este año acabará la Formación Profesional y, el próximo, espera ir a la universidad, donde si todo va bien le esperan otros cinco años de hincar los codos estudiando Administración de Empresas. Y seguirá trabajando para poder pagarse los estudios. “Este año ya me está costando, así que no quiero pensar cómo van a ser los siguientes. Pero cuando acabe la carrera y encuentre un buen trabajo habrá valido la pena”.

Ahí donde la ven, Dayana hasta hace poco era una nini. “Estudiaba, sí, pero hacía lo mínimo para aprobar. Estaba convencida de que algo me saldría y, sobre todo, de que mis padres tenían la obligación de pagarme las cosas, que como ellos habían decidido traerme al mundo era su responsabilidad correr con todos mis gastos”.

Fue gracias a su madre que se transformó en sisi. Al ver que la chica no se esforzaba como debía en el instituto y que incluso hablaba de tomarse un año sabático, su progenitora decidió castigarla quitándole el teléfono móvil. Así que Dayana, para poder seguir teniendo el ansiado móvil sin necesidad de depender de su madre, tuvo una idea: se pondría a trabajar y se pagaría ella misma el teléfono. Lo hizo y, por el camino, maduró, tomó conciencia de que estaba malgastando su tiempo y empezó a tomarse las cosas en serio. Tan en serio que su media en FP es de 8,7, y está tratando de subirla más aún.

Las becas, las prácticas, los cursos de formación

La de Belén Belmonte es una historia parecida, pero con un tono más dramático. Esta zaragozana de 27 años tenía 18 cuando se plantó en Madrid para cumplir su sueño: estudiar Periodismo. Era 2007 y la terminó en 2012, en pleno apogeo de la crisis. Pese a que, desde entonces, no ha cesado de buscar trabajo en lo suyo, no lo ha encontrado. Ha enlazado becas, prácticas y cursos de formación, y estuvo un par de años en el departamento de márketing de una empresa.

Pero, entre que la compañía en cuestión iba a pique, que tardaba cada vez más en pagarle la nómina y que aquello no la llenaba en absoluto, dejó ese empleo. Ahora, dedica las mañanas a trabajar de 08.30 a 14.30 horas en el Instituto Cervantes y las tardes, de 17.00 a 21.00 horas, a hacer un máster de periodismo de investigación. Gana 800 euros brutos al mes (alrededor de unos 780 euros netos) y, como comparte piso con otros tres jóvenes, dedica buena parte del fin de semana a poner lavadoras, a planchar, a limpiar, a hacer la compra, a cocinar para toda la semana…

“Yo ya he sido sisí. Pero estos esfuerzos sólo los puedes aguantar por un corto periodo de tiempo, tres años viviendo de esta manera tan frenética yo creo que no lo soportaría”.

Es muy dura con sus antagonistas, los ninis. “No les entiendo. No sé cómo pueden levantarse sin proyectos, sin inquietudes, sin nada. Es algo que yo no concibo. Y no creo que haya tantos como dicen las estadísticas. Yo no conozco a nadie así. Me parece que la mayoría de los ninis, en realidad, es gente deprimida, lo que les impide trabajar o estudiar”.

Pero aún es más dura con la sociedad, con el mundo que le ha tocado vivir. “Antes pensaba que, si me esforzaba, que si me dejaba la piel, encontraría un trabajo decente. Es lo que me habían contado. Ahora sé que las posibilidades de que eso ocurra son muy, muy escasas. Creo que voy a tener que luchar y sacrificarme siempre“.

Los que se fueron

Los sisis, ya lo decíamos, están creciendo. Pero a ellos habría que sumarles otra categoría: la de todos aquellos jóvenes que se han ido de España buscando en el extranjero las oportunidades que no encontraban aquí. Según los datos oficiales, desde 2008 unas 250.000 personas han hecho las maletas y se han ido de España, pero esos datos sólo recogen los de aquellos que se han inscrito en el consulado español del país al que se han trasladado.

«Y eso lo hace la minoría. Yo misma no lo hice», asegura Estefanía S. Vasconcellos, quien ha estado viviendo en Inglaterra y que, junto con Noemí López Trujillo, ha escrito Volveremos. Memoria oral de los que se fueron durante la crisis (Libros del K.O.). Sin embargo, como recoge el propio libro, la cifra real de personas que en los últimos ocho años han abandonado España empujados, sobre todo, por la situación económica se calcula que podría ascender a unos 800.000.

Ésa es la conclusión a la que ha llegado Amparo González Ferrer, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), después de estudiar el asunto. “Mucha de esa gente podría haberse quedado, pero a costa de enormes sacrificios, pagando el precio de una enorme precariedad laboral, con salarios muy bajos, frustración profesional, viéndose forzados un buen número a ser sisís y otros viéndose abocados a ser ninis“, opina Vasconcellos. “Porque se tiende a pensar que los ninis son unos vagos que han decidido no hacer nada cuando, en muchas ocasiones, lo que les ocurre es que no encuentran nada”.

Fuente: El Mundo

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